Este libro está dirigido fundamentalmente a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes. Es un homenaje también a los prisioneros asesinados en Curajaya. El agradecimiento a quienes, al riesgo de sus vidas, le dieron protección y abrigo a los heridos de la emboscada de Pino 3 y supervivientes de Curajaya. El agradecimiento a Arys Galdo Céspedes, por las sugerencias.

El inocente

Por fin llegamos al central Francisco. El camión se detiene en el cuartel. Nos bajan y nos meten a los tres en un calabozo.
Amanece. Continuamos en la celda. Tío ve pasar a un teniente que le es conocido. Es jefe de operaciones en Rodas y estuvo detrás de nosotros allá en Cienfuegos. Panchito lo llama:
—Venga acá, teniente. ¿No se acuerda de nosotros?
El hombre se sorprende. Abre la reja y entra al calabozo.
—Muchachos, ¿qué hacen ustedes aquí? ¡No puede ser! ¡Qué pequeño es este mundo!
—Estamos condenados a muerte.
—Y mira que los he buscado a los dos...
—Bueno, teniente, ¿qué usted cree de nosotros?
—Nada. Ahora sí no se escapan. Además, yo no hablo más con ustedes porque me van a embarcar.
El teniente se retira sorprendido.
Prosiguen las visitas. Nos interrogan nuevamente.
—¿Quién los sacó a ustedes del monte?
Me quedo pensativo unos segundos: “A nosotros nos sacó del monte un alzado conocido por Muerdeihuye, de aquí del Francisco, pero está ahora con los rebeldes, así que no hay problemas.”
—El que nos sacó se llama Muerdeihuye —respondo.
El sargento, un mulato fuerte, se vira para el oficial y le dice:
—¡Óigame, teniente, déjeme ese caso a mí! ¡Ese hijo de puta fue el que me llevó la hija y yo me encargo de traerlo pa’ acá! Él es mi yerno. Si lo cojo lo voy a fusilar yo mismo.
“No sé dónde este tipo lo va a buscar, porque Muerdeihuye está alzado.”
Al poco rato regresa el sargento y trae a un muchacho de la misma figura de Muerdeihuye: un muchacho prieto, bajito y fuerte. Le abre la reja y lo tranca con nosotros. No le dice nada. El muchacho se sienta en un rincón, al fondo del calabozo. Estoy sentado en el otro extremo, a la entrada de aquella celda, en el otro extremo, junto a Plaza y Panchito. Lo llamo:
—Venga acá, muchacho. ¿Cómo te llaman? ¿Qué edad tienes?
—Alipio Carrillo Zamora. Tengo veintiocho años.
Le pregunté que hacía aquí. No sabe. Nos cuenta:

—Me trajo ese sargento hijo de puta. Yo trabajo en la fonda de Adolfina Martínez, La Mexicana. El sargento iba ahí a comer, pero no pagaba. Entonces la dueña de la fonda me orientó que si venía de nuevo no le diera más comida hasta que no pagara. Ese día el sargento fue a la fonda. Le dije:
—Mire, sargento, dice la mexicana, la dueña de la fonda, que hasta que usted no le pague la cuenta no le puedo servir más.
—Bueno, esta bien. Yo me voy. Después yo le pago la deuda.
El sargento no dijo nada más, se fue, pero al rato regresó y me llamó. Yo estaba aún en la fonda de la Mexicana.
—¡Oye, Negro, ven acá! Estoy aquí para pagarte la comida que te debo, pero el dinero está en el cuartel. Vamos conmigo al cuartel.
Y mira lo que hizo: el sargento me metió preso aquí, en el cuartel.
Los tres escuchamos atentos toda aquella historia.
“No creo que por esa causa el sargento le haya traído para acá. Debe haber algo más”, pienso.
—¿Sólo por decirle que tenía que pagar la cuenta, el sargento te metió aquí? No puede ser. Debe haber otro problema.
—Bueno. Ese fue el motivo. Pero él esta enamorado de mí novia. Ella es la hija de la dueña de la fonda. Parece que estaba buscando un motivo para vengarse.
—¡Qué hijo de puta es ese sargento! —digo y le recomiendo al muchacho.
—Mira, habla con esta gente, que te saquen de aquí, porque a nosotros nos van a matar y si te quedas aquí, te van a matar también.
—¡Qué cabrón! Yo no he hecho nada, ni un carajo.
El muchacho conoce a los guardias del cuartel. Ve pasar a uno y lo llama:
—¡Oye, ven acá!
Llama a todo el que pasa por la celda pero no le hacen caso.
Un guardia nos trae el almuerzo: arroz blanco, bistec y potaje de frijoles caritas. Panchito me dice:
—Tengo tremendas gana de fumar. Cuando pase un guardia le voy a pedir un cigarro.
No le dieron el cigarro.
Vienen por nosotros. Nos esposan. Esposan al muchacho. Todos los guardias están en el patio interior del cuartel. Nos montan en un auto. Alipio, con los ojos fijos y vidriosos, se dirige a uno de los guardias.
—Hazme un favor. Dile a la gente mía que yo voy a morir, pero que no tengo nada que ver con los rebeldes.
Es 8 de octubre. La máquina sale del cuartel del central Francisco a la una de la tarde. Es conducida por el cabo Eusebio Pérez, viajan también el teniente Alejo Pío y el sargento Luis Cervantes, todos con armas largas. Ellos van delante y los cuatro prisioneros vamos detrás. Está lloviendo copiosamente. Nos sigue un jeep con ocho casquitos. Vamos hacia Guáimaro de nuevo. Llegamos al pueblo y doblamos a la izquierda rumbo a Camagüey.
Nos preguntamos “¿A dónde vamos?”.Cogemos la carretera de Santa Cruz del Sur. El cabo sintoniza la radio. Se transmite el juego final de la 55 Serie Mundial de Grandes Ligas. Se enfrentan los Yanquees de Nueva York y los Bravos de Milwaukee 8. Los esbirros comentan las jugadas y nosotros nos unimos a las opiniones. Llegamos al camino del central Macareño. El terraplén está en muy mal estado. Hay pequeñas lagunas como consecuencia de las lluvias. La marcha se hace tensa.
El motor del auto se apaga con el agua. Medito: “si nos dan una oportunidad nos fugamos”.
—¿Ustedes quieren que los ayudemos a empujar? —le digo.
—Estaremos nosotros locos —responde el teniente.
Los casquitos que vienen en el jeep se bajan y empujan la máquina hasta que arranca. Dos, tres, cuatro veces se repite la operación. Nos conducen ahora al puesto de la Guardia Rural de Macareño.
Las manecillas del reloj indican las 9 de la noche. Nos bajan del carro y nos encierran en un calabozo pequeño. Se persona un sargento, el Jefe del Puesto de la Guardia Rural de Macareño. Escucho cuando el teniente le explica al jefe del puesto:
—Mire, sargento, a esta gente la envía el coronel para que los maten. Te ordena que vayas ahí donde ocurrió la emboscada y los mates, y que parezca que murieron en un encuentro entre el Ejército y los alzados que están en San Miguel.
—No, no. Tú estás equivocado, teniente. Además, todo eso ahí está lleno de rebeldes. Yo de noche no me meto por ahí Ya aquí, en mi territorio, ha habido muchos muertos. No quiero ni un muerto más. Si el coronel lo dice, usted es quien tiene que llevarlos a San Miguel y los mata.
—¡Oiga! Es una orden del coronel. Yo se los dejo aquí y usted se los lleva para allá y los mata.
—Usted es bobo, ¿cómo piensa que me voy a meter en territorio donde están los rebeldes? Usted le dice al coronel que en mi territorio no quiero más muertos. Así que se los retornas para allá.
—¿Qué se los lleve al coronel?
—Aquí no los quiero. Pero además, en mi territorio mando yo.
—Ah, está bien. Yo se los voy a llevar al coronel y le voy a informar que usted desobedeció la orden.
—Diga y haga lo que quiera. Pero aquí no quiero más muertos, porque a esa gente se la ha entregado el coronel y es usted quien los tiene que llevar a San Miguel y matarlos.
—Arriba, muchachos, saquen a esa gente y vámonos, que regresamos pa’ Camagüey.
Abren las rejas y nos sacan. Se monta con nosotros en un carro, un civil. Por dentro de la camisa porta una pistola. Tomamos el camino inverso.
Me pregunto, mientras el auto avanza por aquel depauperado camino: “¿Nos irán a fusilar en el mismo terraplén? ¿Iremos de nuevo para Camagüey? ¿Nos matarán en medio de la carretera? ¿Cómo será esto? ¿Qué nos irá a pasar? ¡Vamos a ver si esta gente se decide y no nos matan! Tengo la esperanza de que podremos sobrevivir. Si estos guardias estuvieran decididos a matarnos ya hace rato que fuéramos cadáveres”.

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Acerca del autor

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Biobibliografía

Lázaro David Najarro Pujol (Santa Cruz del Sur, 1954) Licenciado en periodismo es autor de los libros de testimonio Emboscada (Editorial Ácana, 2000), Sueños y turbonadas, (Editorial Alaleph.com, 2007) y Nuevo periodismo radiofónico (Editorial Pablo de la Torriente Brau, 2007). Ha obtenido más de 30 premios y menciones en concursos periodísticos, literarios y festivales nacionales de la radio, entre ellos se incluyen el primer premio en Documental en el Festival Nacional de la Radio (1991), premio Sol de Cuba (1986), premio Primero de Mayo (1988), mención especial en el concurso literario 26 de Julio de las FAR (1999), el Gran Premio Nacional de la Radio (2000) y premio Extraordinario 25 Aniversario de la ANIR (2002). Labora en la emisora Radio Cadena Agramonte.