Este libro está dirigido fundamentalmente a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes. Es un homenaje también a los prisioneros asesinados en Curajaya. El agradecimiento a quienes, al riesgo de sus vidas, le dieron protección y abrigo a los heridos de la emboscada de Pino 3 y supervivientes de Curajaya. El agradecimiento a Arys Galdo Céspedes, por las sugerencias.

Fusilamiento

Son alrededor de las once y cinco de la noche. Hoy es miércoles 8 de octubre de 1958. Nos aproximamos al camino de Curajaya. Panchito se ha quedado dormido como consecuencia de los terribles días transcurridos. El teniente le dice en voz baja al chofer.
—Ahora, en el primer camino, en el primer callejón, desvíate a la izquierda.
El cabo Eusebio Pérez, que viene conduciendo el auto, disminuye la velocidad. Vengo detrás del chofer y escucho la orden. Pienso: “aquí mismo es la cosa”.
El auto toma a la izquierda y detrás viene el jeep. A unos 300 metros se detiene.
—¡Bájense, rápido!
Los cuatro prisioneros estamos en el auto esposados, mano con mano. Alipio va esposado con Rolando Plaza y yo, con Panchito. El teniente insiste en que nos desmontemos. Voy al último recurso. Le digo a los guardias:
—Es que el herido así, como está, no puede caminar.
El oficial que viste de civil y usa una gorrita deportiva me responde:
—Ayúdense ustedes mismos, si en definitiva van a caminar muy poco. En un bote que hay allí se van a montar. Es un pedacito nada más lo que van a caminar...
—Pero...
—¡Arriba! ¡Arriba, denle para allá! Al paso que llevan, para llegar al bote les va a costar trabajo.
Transcurren unos segundos. Escucho una voz:
—¡Caminen que esto hay que acabarlo pronto!
Realmente mi tío apenas no puede caminar. Se sujeta de mí.
—¡Tú tienes miedo, sobrino!
—No, qué va. ¿Cómo vas a pensar que tengo miedo? Recuerda lo que dice el refrán: “si llega tu día, muere como mueren los hombres”.
—Yo tampoco tengo miedo, sobrino.
No le puedo decir la verdad al tío, pero realmente sí tengo miedo, pero por consideración no puedo demostrarle que me estoy muriendo de miedo.
Nos forman a los cuatro. Yo estoy con Panchito a la derecha y ellos dos a la izquierda. Los soldados vienen detrás de nosotros. Caminamos despacio. Alipio Carrillo habla con el sargento, próximo a él:
—Lo que usted va a cometer es un crimen. Pero bueno, yo tengo información de muchas cosas que a usted le pueden interesar...
Mi tío y yo reaccionamos inmediatamente.
—No hables viejo, si ya te van a matar de todas maneras. ¡Cállate la boca!
El muchacho no hace caso...
—Mira, yo sé que en la casa de (...) se reúne...
No pude escuchar el nombre de la persona a que Alipio hace referencia.
—Todo eso lo sé ya. A ver, ¿qué más tú sabes?—grita el sargento.
Le repetimos:
—Muchacho, cállate la boca. De todas formas te van a matar.
—Sargento, mira, yo sé también...
—¡Está bueno ya, carajo!
Palanquean los fusiles. El muchacho trata de correr hacia donde está el sargento.
—Sargento... Sargento...
No puedo precisar lo que dijo Alipio. En el instante que el muchacho hala para correr hacia el sargento, Rolando Plaza, que está esposado a él, queda de perfil hacia los guardias. Suena la primera descarga. Caemos al suelo. Ni una sola bala me da. Los guardias cargan de nuevo los fusiles. Cada peine tiene cinco balas. En el suelo nos siguen tirando. Siento como dos balas me queman la piel. Un tiro me da a sedal detrás de la oreja. Otro me roza la pierna derecha, muy cerca de los testículos y un proyectil me da a sedal detrás de la oreja. Siento como los plomos desprenden la tierra entre mis piernas. Me quedo inmóvil. Un disparo alcanza a Francisco.
La bala le penetra en la cabeza y su cuerpo brinca en la fría y húmeda noche. Estoy lleno de sangre y no precisamente de la mía sino de mi tío. Aún Alipio se queja moribundo aferrado a la vida:
—Sargento... Sargento usted sabe que soy inocente.
Alipio comienza a emitir un sonido imperceptible hasta que finalmente muere.
Los guardias nos viran a los cuatro prisioneros boca arriba y empiezan a revisarnos para darnos el tiro de gracia a los que estamos moribundos. Siento la sangre caliente que me corre por el cuello. La bala se me aloja en el pómulo izquierdo. Tengo calambres.
Un soldado trata de quitarme las esposas a mí y a Francisco. Yo soy el último pero la esposa no abre. Es nueva. Se traba. El guardia me hala el brazo para la izquierda y la derecha. Estoy inmóvil. Me hago el muerto. Por fin abre la esposa. Pero el hombre se da cuenta de que respiro y dice:
—Teniente, me parece que éste aún está medio vivo.
—Denle el tiro de gracia a todo el mundo.
El militar procede a cumplir la orden. De allá para acá vuelvo a ser el último. Siento a alguien a mi lado. Escucho que palanquea la pistola. Siento el cañón del arma aún caliente que me lo pega encima de la oreja. Inmediatamente un disparo y el golpe. Pasan unos minutos. No puedo descifrar el tiempo, pero debe ser un lapso insignificante. Vuelvo en mí. Los guardias están ahí todavía.
—Oye, el muchacho tiene una camisa nueva. Vamos a quitársela.
Halan a Alipio. Le quitan la camisa. Le dan patadas a los cuerpos para asegurar que estén muertos. Me muerdo la lengua. Siento el golpe fuerte de la bota. Se me va el aire y emito un sonido. Escucho al guardia.
—Oye teniente, éste está medio vivo todavía.
Un soldado palanquea el fusil. El teniente lo aguanta.
—Esta bueno ya. Ni un tiro más. Es suficiente. Vámonos pa’l carajo.
El guardia saca la bala del directo y escucho que se retira de mí. Yo quedo boca arriba con el tiro en la cabeza. Miro las luces de los dos carros. Viran en U en el terraplén y se alejan.
Alguien se para de entre los muertos. Choca con la cerca y cae al suelo. Sin moverme de la posición en que estoy. Le grito bajito:
—Oye, espera que los guardias lleguen a la carretera.
El hombre se incorpora y choca otra vez con la cerca. Cae a la tierra húmeda. “Es Rolando Plaza, el chofer.” Se recupera y logra pasar entre los alambres. Se mete en un cañaveral [9].
Me levanto. Salgo caminando. Camino sin rumbo. Subo a la carretera. Toco con las manos el asfalto. “Por la carretera no puedo caminar porque me pueden descubrir.” Retrocedo. Me siento al lado de los dos cadáveres. “¿Qué haré? Si me quedo aquí me van a matar”. Camino otra vez. “Por este callejón no puedo seguir, tengo que virar.” Retorno hasta el lugar donde están los cadáveres de sus compañeros.
Reviso a mi tío. Trato de levantar el cadáver. Le pongo las manos en la cabeza y los dedos se hunden entre los sesos. Tiene el cráneo destrozado. Una bala le había atravesado el pecho. Halo al muchacho y lo pongo a la orilla de Panchito. Le quito el cinto a mi tío. “Para un recuerdo”. Saludo militarmente a los dos. Paso la cerca entre los alambres.
Escucho un caballo. Trato de agarrarlo. El olor a sangre espanta al animal. No tengo otra alternativa que seguir caminando rumbo al norte. Caigo en algo que me moja. “¿Un charco de agua? ¡Coño, estoy dentro del agua!” Salgo del agua. Camino un poquito. Vuelvo al suelo. Me quedo de rodillas. Me siento sobre la hierba.
Medito: “Concho, a mí me fusilaron. Me dieron un tiro en la cabeza. Debo tener un hueco grande. No tengo valor de tocarme del otro lado de la cabeza para no sentir el boquete que deja el proyectil cuando sale de la carne. ¡Qué carajo!” Me paso la mano por la cabeza. Siento un pegote de sangre. “Me han pasado la cabeza de lado a lado. Además, estoy muerto. Pero bueno, si estoy muerto no puedo romper nada; a las cosas materiales no les puede hacer nada si uno es cadáver, pero si estoy vivo sí. Déjame partir un palito”. Busco a tientas. Lo tengo. Lo llevo a los dientes. “¡Se rompe! ¡Estoy vivo! ¡No me mataron!” Tengo que orientarme. “¿Para dónde voy? ¿Dónde estoy? ¿Cómo me oriento? ¡Ah, ya sé! Me oriento por las estrellas, los puntos cardinales. La Rastra [10] indica el norte. Voy para Santa Lucía. Voy a caminar ¿Y esas luces? ¿Un batey? Hay una casa muy bonita. Esa debe ser del mayoral o del dueño de la finca. De todas formas, pediré ayuda. Pero si sale el mayoral o el dueño me va a entregar a los guardias. Mejor llamo a los haitianos que viven en el batey.”
Llego a un bohío. Llamo:
—Por favor, necesito ayuda. Estoy gravemente herido.
No sale nadie. Por fin escucho una voz.
—Ahí afuera hay un caballo que es mío. ¡Cójalo y lléveselo!
Trato de agarrar el caballo, pero esta suelto. Me pasa lo mismo que con el otro. La sangre espanta a la bestia. Hago un lazo con el cinto de mí tío. Logro aguantar al caballo. Trato de montar, pero no puedo. Camino de un lado para otro. Llego a una cerca. Camino agarrado a los alambres de la cerca. Me caigo. Desde el suelo no veo casi nada, pero observo una luz pequeña. Me levanto y trato de llegar a la luz. “¿Será una casa? Sí, es un ranchito de guano”. Estoy tendido en el suelo. No tengo fuerzas para levantarme. Camino gateando y agarrado a la cerca.
Me aproximo a la luz. No puedo arrastrarme más. Me siento muy mal. Veo un bulto. Sale de la casa y camina hacia mí. Es un hombre desnudo. Se detiene. “¿Qué hace? ¿Me va a orinar?”
—Oiga, cuidado, estoy herido.
El hombre da un brinco y se echa a correr.
—Oiga, no corra, coño. Estoy herido. No tenga miedo. Ven acá.
El hombre, un poco cauteloso, regresa.
—Oiga, por favor, ayúdame que estoy herido.
Me hala por debajo de la cerca. Me lleva hasta la casa. Tengo temblores. Un frío tremendo.
—Mire, a mí me hace falta que usted me dé algo caliente. Me estoy muriendo del frío. Hágame un poco de café.
—Es que yo no tengo nada en la casa.
—¿Usted no tiene ahí con qué calentar agua?
—Para calentar agua, sí.
—Bueno, caliente agua y démela.
“Las condiciones de vida de este muchacho son deplorables. Vive con su mujer. Él duerme en una hamaca de saco y la esposa en otra. Una pareja de jóvenes. Deben tener unos 25 años de edad”. Me acuestan en una de las hamacas. La mujer enciende el fogón y calienta agua. Me la dan. El muchacho me observa vestido con el uniforme de la guardia rural. Está nervioso.
—Usted no se puede quedar aquí. Usted aquí no puede amanecer —me dice el muchacho.
—Pero es que yo no puedo caminar casi.
—Sí, pero usted aquí no puede amanecer. ¡Qué va! Yo vivo aquí mismo en la orilla de la cuneta. Si se me muere en la casa qué me hago yo después.
—¿Entonces dónde estamos?
—En la orilla de la carretera de Santa Cruz del Sur.
—Yo creía que estaba en medio de un monte.
—No, qué va. Usted está en la orilla de la carretera de Santa Cruz.
Me levanto de la hamaca. El muchacho me ayuda. Me paro en la puerta. Veo la carretera y del otro lado hay un rancho.
—¿Quién vive ahí?
—Ahí vive un negro.
—Pero, ¿qué tipo de negro? ¿En qué trabaja? ¿Qué es lo que hace?
—Es tractorista allá en el central.
—¿Cuántos hijos tiene?
—Tiene como cuatro o cinco hijos.
—Bueno, llévame para allá.
“Ese debe ser un negro muerto de hambre. Este mismo es el hombre que me va a apoyar.”
—Ayúdeme a pasar la carretera.
El muchacho pasa la carretera conmigo. Me deja recostado a la ventana del fogón de la casa del negro.
—Oye, Terry, aquí te busca un guardia lleno de sangre que pregunta por ti.
El muchacho se va corriendo.

[9] Rolando Plaza Zayas, ex chofer de Obras Públicas de Florida, recibió seis balazos en el fusilamiento : dos en el estómago, uno en el hombro derecho y tres en las piernas. El tiro de gracia se lo dio Luis Cervantes, en el pómulo derecho.

[10] Se Refiere a la Estrella Polar, visible desde el hemisferio norte y la más cercana al punto del eje que se dirige a la Tierra. Está situada a unos 300 años luz de nuestro planeta. Es fácil localizarla en el cielo porque la señalan dos estrellas identificables de la constelación Osa Mayor o Carro Mayor, integrada por las siete estrellas más brillantes de la constelación, dos de ellas indican directamente a la Estrella Polar. Se localiza primero la Osa Mayor
.

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Acerca del autor

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Biobibliografía

Lázaro David Najarro Pujol (Santa Cruz del Sur, 1954) Licenciado en periodismo es autor de los libros de testimonio Emboscada (Editorial Ácana, 2000), Sueños y turbonadas, (Editorial Alaleph.com, 2007) y Nuevo periodismo radiofónico (Editorial Pablo de la Torriente Brau, 2007). Ha obtenido más de 30 premios y menciones en concursos periodísticos, literarios y festivales nacionales de la radio, entre ellos se incluyen el primer premio en Documental en el Festival Nacional de la Radio (1991), premio Sol de Cuba (1986), premio Primero de Mayo (1988), mención especial en el concurso literario 26 de Julio de las FAR (1999), el Gran Premio Nacional de la Radio (2000) y premio Extraordinario 25 Aniversario de la ANIR (2002). Labora en la emisora Radio Cadena Agramonte.