Este libro está dirigido fundamentalmente a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes. Es un homenaje también a los prisioneros asesinados en Curajaya. El agradecimiento a quienes, al riesgo de sus vidas, le dieron protección y abrigo a los heridos de la emboscada de Pino 3 y supervivientes de Curajaya. El agradecimiento a Arys Galdo Céspedes, por las sugerencias.

El otro superviviente de Curajaya

Rolando Plaza Zayas, escapó milagrosamente de la muerte el trágico 8 de octubre de 1958. Había sido fusilado en el camino de Curajaya, cerca de La Jagua, en Santa Cruz del Sur. Cargaba en su cuerpo el incomodo peso de siete heridas ocasionadas por siete disparos, incluyendo el tiro de gracia, dado en el pómulo derecho. Vio perfectamente a su verdugo, el sargento Luís Cervantes cuando le puso el cañón de la pistola en la cara.
Dos proyectiles le habían atravesado de lado a lado el estómago, pero no le afectó ningún órgano vital, otros tres los recibió en las piernas y uno en el hombro derecho. Las heridas más profundas las tenía precisamente en el estómago. Los guardias lo dejaron ensangrentado, en el camino de Curajaya, junto a los rebeldes Panchito Mendoza y René Vallina Mendoza y el civil Alipio Carrillo Zamora. Alipio era inocente, pero lo pusieron, los guardias, en la celda equivocada, en la celda de tres condenados a muerte. Rolando Plaza tampoco tenía nada que ver con el movimiento Revolucionario 26 de Julio. Él era chofer de autos de alquiler y los había recogido, a René y a Panchito en el central Francisco.
La noche oscura del fusilamiento, segundos después que los soldados se marcharon de sitio del crimen, Rolando se levantó de entre los muertos. Chocó dos veces con la cerca de alambre de púa. Estaba como sonámbulo, casi inconsciente. Escuchó que alguien le decía bajito:
—Oye, espera que los guardias lleguen a la carretera.
“Tengo que salir de aquí”. Ese era su único pensamiento. ” ¿Y si los guardias regresan y nos encuentran moribundos?”. Aún se escuchaban el sonido del motor del jeep y las voces de los esbirros que se vanagloriaban de sus “hazañas”; también se observaba el resplandor de las luces del vehículo en marcha.
Por fin pasó entre los alambres y se metió en el campo de caña. Atravesó potreros y arroyos en los que se iba limpiando las heridas provocadas por los proyectiles. Trataba de sacar energías de donde no las tenía para llegar a la casa de su hermano Raúl Plaza Zayas. La vivienda estaba ubicada en la colonia La Lomita, a unos 2 kilómetros del Central Francisco y a más de 60 kilómetros de Curajaya, donde fue fusilado. Caminaba sin detenerse. Recibió apoyo de los campesinos. Toda la noche la había pasado saldando obstáculos. Conocía toda esa zona lo que le facilitó evitar encuentros con los guardias que registraban la vegetación y los ranchos de los campesinos. Lo sorprendió el amanecer. Mientras podía proseguía la marcha por la espesura del monte.
El cansancio lo detuvo y se echó a descansar. Tenía fiebre, mucha fiebre. Pronto quedó dormido. Al anochecer y con la fiebre encima, reanudó la caminata
El día 9 de octubre, llegó casi sin aliento a la casa de su hermano Raúl, pero no se aventuró a tocar la puerta hasta estar seguro que la vivienda no estaba vigilada por la guardia rural.
Tocó la puerta. Se escuchó una voz soñolienta. Eran casi las 12 de la noche.
— ¿Quién es?
— Rolando — respondió casi sin aliento.
— ¿Rolando?
—Sí, tu hermano. Abre rápido que me estoy muriendo.
Raúl se levantó inmediatamente y abrió la puerta. Se sorprendió al ver al hermano casi moribundo, demacrado, tinto en sangre y muy depauperado físicamente a consecuencia de las siete heridas de balas y los golpes recibidos de los guardias.
—Pero, ¿que te sucedió? ¡Estás herido! ¿Y Ese uniforme del Ejército?
—Sí, anoche me fusilaron en el camino de Curajaya, junto con otros tres. Los guardias me dejaron como muerto. El uniforme me lo dieron, en el cuartel Agramonte, en Camagüey, para confundir a la población, para que pensara que éramos soldados y no prisioneros, que iban a ser ejecutados sin ser juzgados.
Raúl lo ayudó a entrar a la vivienda. Ya su esposa, estaba levantada. Le limpiaron las heridas.
El día 11 de octubre, Gerardo Pedro Cordero Ramos, el cuñado de Rolando y Raúl, recibió un mensaje: “Requerimos tu presencia urgente en la Colonia”.
Inmediatamente Gerardo tomó el camino más rápido en la mañana del día 10. Se decidió por el camino paralelo a la línea del ferrocarril. Él fungía como carretero en la temporada de zafra azucarera, mientras que en tiempo muerto realizaba las tareas que se le presentaban.
La vivienda de Raúl, de paredes de tablas, techo de zinc y piso de cemento, era bastante confortable para el sitio y la época. Raúl se desempeñaba como segundo mayoral de la colonia cañera de San Alberto. Era una persona que no tenía vínculos con los rebeldes, pero tampoco simpatizaba con la dictadura.
A unos metros de la vivienda, improvisaron, en el cañaveral, una cama montada en parihuela, rellenada de hierbas, bejucos y hojas. Arriba de ese lecho depositaron una capa de hojas de la propia gramínea que servía de camuflaje.
No obstante era necesario sacar al herido de allí, para evitar riesgos.
Raúl y Gerardo se encontraron con el primer mayoral.
—Maluga, ven acá. Queremos hablar con usted.
El hombre se aproximó, se bajó del caballo y los saludó efusivamente.
—Mira, Malungo, a mi hermano Rolando lo tenemos ahí herido.
— ¿Herido?
—Sí, herido, tiroteado. Tiene siete heridas de bala.
— ¿Cómo? ¿Tiroteado?
El mayoral se puso pálido, nervioso. Sin decir ni una sola palabra montó nuevamente el caballo e hincó las espuelas a la bestia. Él estaba casado con Blanca Plaza Zayas, hermana de Raúl y de Rolando. Ambos tenían plena confianza en su cuñado.
Los dos hombres se quedaron muy preocupados. Al instante comenzaron a preparar las condiciones para trasladar al herido, pero a la media hora regresó Malungo, recuperado del susto. Brindó su finca para esconder a Rolando.
Por la noche Gerardo Pedro recogió al herido. Era evidente que el Servicio de Inteligencia Militar sospechara de la familia Plaza Zayas y de los Ramos.
Lo llevó en la zanca del caballo a San Alberto 2. Esa noche llovía intensamente. Los rebeldes, que radicaban en la zona, habían tiroteado el cartel del central. Esa operación de las fuerzas rebeldes movilizó a muchos soldados en todos los alrededores del central.
Aproximadamente a las 5 de la madrugada del día 11 llegaron a la casa del Chino, en San Alberto 2, donde existían las condiciones para esconder al herido. Retirado del rancho Gerardo dejó a su cuñado, para comprobar si se habían creado las condiciones. Ya no llovía, pero para sorpresa de Gerardo se encontró en la casa a un chivato, conocido por Bartolo, que estaba allí en esperara de que mejora las condiciones del tiempo. El Chino estaba muy nervioso. Gerardo optó por una segunda variante y a esa hora se encaminó con el herido a la zona de San Alberto 1, donde él vivía.
Tomaron nuevamente el camino adverso. El caballo, en la curva del 90, resbaló peligrosamente. Era un tramo de mucho fango. Tanto Gerardo como Rolando estaban completamente cubiertos de fango. La guardarraya se encontraba en pésimas condiciones, el caballo se cayó y con él los dos jinetes. Había que recorrer alrededor de 4 kilómetros de camino malo. Les parecía mucha distancia. El caballo, con la ayuda de Gerardo, se levantó, pero no podía montar a su cuñado encima del animal. La fuerza le estaba fallando y el herido se encontraba muy débil. Todo movimiento le molestaba. Sentía un frío intenso. Los sorprendió el amanecer. Entre dos luces ( la luna y el sol) llegaron a la casa, montada en pilotes y con paredes y piso de tablas; y techo de fibrocemento. En el batey agrupaban alrededor de 80 casas, cuarterías, barracones de haitianos, bohíos o ranchos y una tienda mixta.
Un poco más retirado del batey, a unos 3 kilómetros, residía Maximino Zequeira. Muy próximo a la casita del campesino había un pequeño monte y una mata de caña bambú. Ese fue el sitio que había propuesto Malunga, el mayoral.
Gerardo se convirtió en un enlace entre el médico y el herido. El facultativo, sin consultarlo directamente, indicaba los medicamentos. Ni el propio Gerardo podía llegar donde estaba el herido para no levantar sospecha. Muy pocas veces conversó con su cuñado. El dueño de la casa se encargaba de darle a Rolando los medicamentos y cúrales las heridas, de las que sacaba pedazos de telas, del uniforme del ejército, incrustadas en el cuerpo.
Allí le suministraron medicamento hasta el 20 de diciembre, fecha en el que se produjo un combate, en el kilómetro 6 de la carretera del central Francisco, entre soldados de la tiranía y fuerzas rebeldes. Había en todas las colonias cañeras, un hormiguero de guardias. La aviación bombardeaba la zona. A partir de ese día Gerardo Pedro Cordero Ramos, perdió el contacto con su cuñado. El 1ro de enero de 1959, cuando triunfó la Revolución, Rolando Plaza Zayas, aún se recuperaba de las heridas.
( Del fusilamiento muy pocas personas han sobrevivido. Se conoce el caso de René Vallina Mendoza, junto a Rolando Plazas Zayas; Henry Reeve, el Ingresito, en la Guerra por nuestra independencia de España, y de otros dos combatientes en la última guerra de liberación.)

No hay comentarios:

Acerca del autor

Acerca del autor

Biobibliografía

Lázaro David Najarro Pujol (Santa Cruz del Sur, 1954) Licenciado en periodismo es autor de los libros de testimonio Emboscada (Editorial Ácana, 2000), Sueños y turbonadas, (Editorial Alaleph.com, 2007) y Nuevo periodismo radiofónico (Editorial Pablo de la Torriente Brau, 2007). Ha obtenido más de 30 premios y menciones en concursos periodísticos, literarios y festivales nacionales de la radio, entre ellos se incluyen el primer premio en Documental en el Festival Nacional de la Radio (1991), premio Sol de Cuba (1986), premio Primero de Mayo (1988), mención especial en el concurso literario 26 de Julio de las FAR (1999), el Gran Premio Nacional de la Radio (2000) y premio Extraordinario 25 Aniversario de la ANIR (2002). Labora en la emisora Radio Cadena Agramonte.