Este libro está dirigido fundamentalmente a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes. Es un homenaje también a los prisioneros asesinados en Curajaya. El agradecimiento a quienes, al riesgo de sus vidas, le dieron protección y abrigo a los heridos de la emboscada de Pino 3 y supervivientes de Curajaya. El agradecimiento a Arys Galdo Céspedes, por las sugerencias.

El juicio

En la ciudad observo movimiento de milicianos y combatientes del Ejército Rebelde. Algunos automóviles pasan raudos por la calle Avellaneda. Una vía muy transitada durante todo el día. Los trenes de pasajeros y de carga interrumpen el cruce de los vehículos. Tocan en mi despacho.
—¡Adelante!
Tengo frente a mí a un combatiente que me saluda militarmente.
—Traigo un mensaje de la jefatura para usted.
Recibo el documento. “Preséntese urgente en la Comandancia. Saludos: Víctor Mora”.
“De qué se tratará. Qué estará pasando.”
Inmediatamente monto en el auto. Llegó al antiguo regimiento Agramonte y me dirijo directamente al despacho de Víctor Mora. “¿Para qué me habrá mandado a buscar?”
Llego a su despacho. Le explico al combatiente que me recibe que tengo concertada una entrevista con Víctor Mora.
—Lo buscan, comandante.
—Sí, sí. Que pase.
Me doy cuenta por el tono de su voz que sabe que se trata de mi persona. Nos saludamos.
—¿Cómo te las arreglas en la estación?
—Tratando de cumplir esta nueva responsabilidad, pero bueno, debes tener otras razones para enviar por mí, ¿verdad?
—Mire, Vallina. Le tengo una sorpresa ¿Usted recuerda al sargento que los fusiló?
—¡Cómo se me va a olvidar! Usted comprende, ¿verdad?
—Pues ese sargento está aquí. Muy tranquilo. Confiado en que usted no podrá hacer el cuento. Lo voy a mandar a buscar para que personalmente lo coja preso. Baje para allá, que lo voy a localizar por la amplificación.
En el regimiento Agramonte están concentrados todos los guardias de las diferentes capitanías. Se escucha el llamado por la amplificación local.
“Al sargento Luis Cervantes, de parte del comandante Víctor Mora que se persone en su despacho”.
El uniformado sale de entre los demás guardias. Estoy esperando en un lugar por donde el sargento tiene que pasar obligatoriamente. Está cerca. No nota mi presencia.
—¡Oiga, sargento, venga acá!
—Un momento, que me está llamando el comandante.
—No es el comandante el que lo busca. Soy yo el que lo estoy llamando. ¡Venga acá!
Se para frente a mí. Se pone en atención y saluda militarmente.
—¿Usted no me conoce?—le digo.
—¡No! Bueno, no sé. Usted está pelú... Con sombrero... Realmente no lo conozco o no me parece conocido. Es que uno tropieza con tanta gente cada día, que ahora no puedo afirmar si lo he visto en otra ocasión.
Le pongo la ametralladora en el estómago y le digo.
—¿Usted no se acuerda de los muertos de Curajaya? Yo estaba entre los fusilados.
El sargento da un brinco hacia atrás. Palidece.
—¡Los muertos de Curajaya! ¡Sí, pero no era yo solo!
—Yo sé que no eras tú solo...
—Por favor, no me dispare.
No tengas miedo, que nosotros no actuamos como ustedes. No somos asesinos. Estás preso. Ven conmigo.
Lo llevo para el calabozo.
—Entra ahí. En este mismo lugar nos trancaron a nosotros. Espera el juicio aquí.
Unos días después de aquel encuentro recibo la comunicación de que el cabo Eusebio Pérez se encuentra preso en la Comandancia. Decido visitarlo. Está en un calabozo pequeño junto a otros 30 guardias. Lo llamo por el nombre:
—¡Eusebio Pérez!
—¡Eh, aquí!
El cabo se me acerca riéndose. Me extiende la mano.
—Y ven acá, chico, ¿de qué te ríes? ¿Tú me conoces?
—¡No, pero bueno!
—¡Mire, Eusebio, yo soy uno de los muertos de Curajaya!
Los guardias se separan rápido del cabo. Se pegan a la pared. Eusebio se queda solo en el centro del calabozo. Petrificado por la sorpresa. Por el rostro de los guardias me percato que están pensando que los voy a matar a todos.
—No se preocupen. Yo no voy a matar a nadie aquí. Este va para juicio. Hasta luego.
Me marcho. Me orientan que no visitara al teniente Alejo Pío.
Llega el día del juicio. En la primera fila de la Sala de lo Penal están sentados los acusados. Un poco más allá, los familiares y amistades de los detenidos.
Rolando Plaza y yo nos sentamos detrás de los tres esbirros. El fiscal da a conocer los cargos. El juicio se desarrolla y los tres acusados tratan de justificar el asesinato de Curajaya. Alejo Pío afirma categóricamente:
—Desconozco de lo que me acusan. Imposible que yo haya participado en el crimen. Jamás he estado en Curajaya. Ustedes están equivocados.
El presidente del tribunal, Francisco Cabrera, se dirige al teniente.
—Acusado, ¿nunca se ha preguntado si quedaran vivos algunos de aquellos hombres? ¿Y si uno de los supuestos muertos lo acusara a usted del crimen, qué respondería?
Se observa una sonrisa burlona en el rostro del esbirro. En tono de triunfo responde:
—Nada, porque ningún muerto me puede acusar. Los muertos no hablan.
—Es verdad, usted tiene razón. Los muertos no hablan. Pero en este caso no se trata de una persona muerta, sino de una persona que estaba allí, en el lugar del crimen, y que ahora se encuentra aquí, precisamente muy cerca de usted. Observe. ¿Los ciudadanos que están detrás de usted están muertos?
Todos en la sala observan hacia el lugar que Francisco Cabrera señala con el dedo. Ante las miradas del público nos ponemos de pie. El teniente gira lentamente su cuerpo, aún con el asombro en sus ojos, hacia donde está Rolando Plaza [14] y hacia donde estoy yo. Por la expresión de su rostro me doy cuenta de la sorpresa. Acaba de ver a dos de los cuatro prisioneros ametrallados en el camino de Curajaya. Quedamos frente a frente. No es una alucinación. Es la realidad. Estamos aquí para atestiguar sobre aquel crimen. Un silencio total. El esbirro comienza a sudar. No se puede sostener. Se desploma. Todos en la sala se miran estupefactos.
El sargento y el cabo lo levantan del piso. Lo dejan de sujetar. El hombre se desploma nuevamente.
Luis Cervantes le grita a aquel que había sido el responsable directo y partícipe en el asesinato de aquella pálida noche del 8 de octubre de 1958:
—¡Teniente, pórtese como un hombre! Es verdad que nosotros cometimos esos crímenes y tenemos que responder por ellos. Pero tenemos que responder como hombres. ¡Pórtese como tal!
El sargento y el cabo sujetan al teniente que no puede sostenerse sobre sus propios pies.

[14] Rolando Plaza Zayas, con la ayuda de los campesinos logró escapar. Llegó a la casa de su hermano, en el entonces central Francisco, donde se recuperó de sus heridas. Después del triunfo de la Revolución murió heroicamente en un trágico accidente, como consecuencia de quemaduras, sufridas en el intento de sacar un camión pipa de combustible incendiado, en la comunidad de Sola, en 1978.

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Acerca del autor

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Biobibliografía

Lázaro David Najarro Pujol (Santa Cruz del Sur, 1954) Licenciado en periodismo es autor de los libros de testimonio Emboscada (Editorial Ácana, 2000), Sueños y turbonadas, (Editorial Alaleph.com, 2007) y Nuevo periodismo radiofónico (Editorial Pablo de la Torriente Brau, 2007). Ha obtenido más de 30 premios y menciones en concursos periodísticos, literarios y festivales nacionales de la radio, entre ellos se incluyen el primer premio en Documental en el Festival Nacional de la Radio (1991), premio Sol de Cuba (1986), premio Primero de Mayo (1988), mención especial en el concurso literario 26 de Julio de las FAR (1999), el Gran Premio Nacional de la Radio (2000) y premio Extraordinario 25 Aniversario de la ANIR (2002). Labora en la emisora Radio Cadena Agramonte.